Catacumbas de San Jenaro

Las catacumbas de San Jenaro y de San Gaudioso se ubican en las entrañas de la ciudad: relatan su historia más antigua y el estrechísimo vínculo de Nápoles con la fe. Estos espacios fueron, durante mucho tiempo, hasta la época ducal, etapa a la que siguieron devastaciones y saqueos, cementerios subterráneos y lugares de oración. Tras un largo periodo de abandono, a principios de la década de 2000, el padre Loffredo, junto con los jóvenes de Sanità reunidos en la cooperativa la Paranza y luego en la Fondazione San Gennaro, se hizo cargo de los yacimientos arqueológicos y los regeneró radicalmente. La instalación de la iluminación, capaz de poner en valor los claroscuros preservando el patrimonio pictórico del lugar, también ha sido realizada por la Officina dei Talenti, una cooperativa formada por los jóvenes del barrio.

Para anunciar la entrada a las catacumbas de San Jenaro se encuentra una estatua del santo de más de cuatro metros de altura, obra moderna de Lello Esposito. Data del siglo II y los frescos del siglo X. En el siglo III se colocó allí a san Agripino y, a principios del V, a san Jenaro, cuyas reliquias (luego robadas en 831) hicieron del lugar un destino de devoción.

También encontramos tumbas en forma de arco con frescos, incluida una con la representación más antigua de san Jenaro (del siglo V), que representa al mártir entre una niña y una mujer y con la cabeza coronada por la inscripción «Sancto Martyri Januario». Y además pasadizos subterráneos, magníficos pasajes (como el de tres arcos decorados) conducen a la basílica hipogea de finales del siglo V, un ejemplo único en la arquitectura de las catacumbas, con elementos tallados en la toba. O la cripta de los obispos, dedicada a la memoria de los primeros catorce obispos napolitanos, con tumbas decoradas con notables mosaicos con los retratos de cuatro obispos del siglo V.

De nuevo, la basílica de S. Agripino, con su gran claraboya cónica decorada; en el altar, a través de la «fenestella confessionis», los fieles tocaban la tumba de S. Jenaro con paños que luego conservaban como reliquias. A la izquierda se encuentra la sala más bella de las catacumbas, construida como hipogeo aristocrático y cedida después a la comunidad cristiana, con sarcófagos tallados en la toba a ambos lados, el techo embellecido con pinturas del siglo II y una pila bautismal del siglo VIII.