Vasto
Vasto se encuentra en un tramo de los Abruzos que no te esperas, en el extremo sur de la Costa dei Trabocchi. Son 40 km de vegetación junto a la costa entre Ortona y Vasto, localidades caracterizadas por la presencia de los «trabocchi», las antiguas casas de los pescadores, unas endebles construcciones de madera suspendidas sobre el agua como silenciosas grullas. Vasto es la localidad más refinada de la Costa dei Trabocchi, donde no faltan bellezas artísticas, delicias culinarias, playas de todo tipo y la impresionante reserva natural de Punta Aderci.
No te puedes perder el palacio D'Avalos, símbolo de la ciudad, con un exuberante jardín napolitano del siglo XVIII, sede del museo arqueológico y de la pinacoteca. Si te gustan los lugares románticos desde los que contemplar la puesta de sol, en Vasto tendrás muchos para elegir, pero ninguno a la altura de la logia Amblingh, a la que se puede ir dando un paseo.
Es un balcón suspendido sobre el campo cuya vista se extiende desde el mar hasta las cercanas colinas de Molise y, en los días claros, hasta las islas Tremiti. Aquí se alinean pequeños locales en los que se puede tomar el aperitivo o cenar.
Por último, el litoral es uno de los más bonitos de la costa, con unas playas salvajes y también con una gran playa dorada delimitada por la vegetación, así como con las costas de arena y equipadas de Vasto Marina.
Al seguir las huellas de la antigua nacional 86 Istonia, se pasa por los Abruzos, entre valles y paisajes únicos. Tras cruzar la frontera con Molise llegamos a Agnone, famosa en todo el mundo por la antigua producción de las campanas.
Nuestro camino se reanuda entre las montañas de Molise, el corazón del Sannio.
Pietrabbondante
El nombre de Pietrabbondante no se debe a la gran cantidad de piedras y cantos rodados repartidos por el territorio, ni a las tres «morge» ni a los picos. Por el contrario, hace referencia a las piedras de los antiguos monumentos situados a poca distancia del pueblo: el complejo arqueológico de Pietrabbondante, el santuario itálico, es una de las cosas más bellas que se pueden encontrar en Molise, por la perfecta fusión de naturaleza, paisaje y arquitectura. Es el santuario más importante, pero también el centro político de los samnitas, con el teatro como parte de un complejo de edificios sagrados y civiles conectados entre sí, porque aquí la religión y la política iban de la mano.
En cambio, el pueblo es un burgo que conserva la estructura medieval, en cuyo perfil destacan las típicas «morge», una llamada «Castello», en cuya base se encuentra la iglesia de S. Maria Assunta, con una fachada barroca.
Por lo demás, el territorio está lleno de rocas, pueblos encaramados a las mismas y castillos, aunque uno de los más importantes es el de Pescolanciano, que domina desde lo alto de un saliente de roca caliza y bajo el cual se encuentra un antiguo pueblo rodeado de casas-muralla.
Piedimonte Matese
Estamos en el límite del parque regional de Matese, que Molise comparte con Campania. Se trata de una meseta a 1000 metros de altitud coronada por el macizo de Matese, un territorio para explorar con magníficas vistas, cuencas kársticas, abismos y muchas posibilidades para los espeleólogos, aunque también para practicar deportes y actividades al aire libre. Solo faltan las yurtas y parecería que estamos en las praderas de Asia Central: la atmósfera que encontramos es la misma, con llanuras verdes y gavillas, tonos saturados, animales pastando y cielos sobrevolados por águilas. En Miralago se abre un espléndido mirador sobre una de las cuencas kársticas más grandes de los Apeninos, ocupada en su mayoría por el color turquesa del lago del Matese. Nos rodea un bonito carril bici de 20 km que se puede recorrer en bicicleta de montaña. En los límites del parque, desde las profundidades del macizo de Matese, surgen dos profundas gargantas en cuya desembocadura se encuentra Piedimonte Matese. El núcleo antiguo se encuentra cerca de la montaña y es un pueblo medieval con bellos palacetes y callejones empedrados, enriquecido por la presencia de la iglesia de Santa Maria Maggiore, que alberga las reliquias del patrón, y del palacio ducal de los Gaetani d'Aragona, reedificado a principios del siglo XVIII. Tras recorrer unos pocos kilómetros por carretera, llegamos a Alife, que aún conserva las antiguas murallas de la época de Silla (siglo I a. C.).
Santa Maria Capua Vetere
Bordeando la llanura aluvial del río Volturno llegamos a Capua, destruida y más tarde resurgida. La antiquísima ciudad etrusca de Capua, construida en el siglo IX a. C., mantuvo siempre una relación difícil con Roma. Alcanzó su máximo esplendor con César, cuando se convirtió en la ciudad romana más rica de la Italia meridional. Devastada por primera vez en el 456, fue destruida definitivamente por los sarracenos en el 841. El nuevo asentamiento, en recuerdo de la gran Capua del pasado, tomó el nombre de Santa Maria Capua Vetere. De la antigua Capua aún sobreviven majestuosos vestigios: en primer lugar el anfiteatro Campano, segundo en cuanto a tamaño y riqueza decorativa solo por detrás del Coliseo. También son muy importantes el museo arqueológico de la antigua Capua y el cercano mitreo.
A poca distancia de la ciudad, encontramos la basílica de Sant'Angelo in Formis, uno de los monumentos medievales más importantes de la región, fundada sobre las ruinas del templo de Diana Tifatina y en sí misma un espectáculo con vistas a la llanura de Capua. Pero la verdadera sorpresa está en su interior, con un ciclo de frescos medievales que está entre los más grandes y completos del sur de Italia.