De Cagliari a Santa Margherita di Pula, tras las huellas de los pueblos antiguos
Embarcamos en Cagliari, ciudad simbólica de Cerdeña, caracterizada por una lengua próxima al latín con toques prehistóricos. Dominada por el castello de San Michele, por la catedral de Bonaria y embellecida por el palacio Regio, se refleja en la hermosa playa del Poetto y en la laguna de Molentargius, que cada año acoge a una multitud de flamencos rosas.
Visita el museo arqueológico para conocer a fondo el origen de la civilización mediterránea y sus contactos e intercambios con griegos, fenicios y egipcios. Estos contactos influyeron en la historia, la cultura y la tradición culinaria de Cagliari tanto como el hecho de ubicarse en una tierra fértil con vistas a un mar maravilloso y con abundante vida marina.
«Burrida», «cassada» y «panada» rellenas de anguila, y luego «malloreddus» y «porceddu»: platos de mar y tierra que combinan bien con la gran variedad de vinos locales, como el Vermentino Cagliari DOC.
No hay nada mejor que dejarse cautivar por el dulce sabor de una «seada», disfrutando de una buena copa de «moscato».
Desde aquí, sube a bordo para explorar la costa suroeste y luego vira hacia el oeste.
Dirígete al sur y, tras recorrer unas 25 millas, atraca en Santa Margherita di Pula, para bajar a tierra y admirar uno de los lugares más emblemáticos de la historia de Cerdeña: la antigua ciudad de Nora, donde los nurágicos, luego los fenicios y, por último, los romanos dejaron señales indelebles de su paso. Se trata de tesoros asombrosos que hacen del parque arqueológico de Nora un lugar único en su clase.
Situado en el cabo de Pula, el parque alberga los restos de la ciudad fenicia más antigua de Italia, que más tarde fue un asentamiento púnico y, por último, un municipio romano. Esta estratificación se ha conservado durante siglos, así como un inmenso patrimonio que ahora aprecian los estudiosos y se conserva en el museo Giovanni Patroni de Pula y en el museo arqueológico de Cagliari.
Un mar cristalino, bañado por playas en su mayoría de arena, es el contrapunto de las salvajes montañas del interior más cercano.
La naturaleza que te rodea te sorprenderá cuando visites los bosques de Is Cannoneris y Pixinamanna. Las rutas de senderismo bien señalizadas te permitirán sumergirte en sus bosques de encinas, maquis mediterráneo, coníferas y plantas poco frecuentes. Además, podrás admirar formaciones rocosas moldeadas por el tiempo, cursos de agua y testimonios de civilizaciones prehistóricas en un oasis de vida salvaje repoblado de ciervos y gamos.
Del cabo Spartivento a Carloforte, donde encontrarás el mejor atún del Mediterráneo
Regresa al barco y, tras bordear el cabo Spartivento, presta especial atención a las corrientes y al lebeche. Después de unas 30 millas, dobla el cabo Teulada, el punto más meridional de Cerdeña. Asciende hacia el norte hasta Porto Pino y date un respiro para familiarizarte con Sulcis y los viñedos con vistas al mar.
Un punto de atraque excelente es también el de Portoscuso. Estás en el paraíso marino de Sant'Antioco, de la isla de San Pietro y Carloforte, donde puedes degustar el atún más sabroso del mundo. Bebe un «carignano» y disfruta de la naturaleza más pura. Esta magnífica franja de Cerdeña ofrece una visión completa de la variada morfología de la isla, con sus espectaculares territorios y paisajes.
Tómate tu tiempo para hacer algunas excursiones y visitar los innumerables testimonios de la época nurágica, como el nuraga de Candelargiu, el nuraga de Sirai o el menhir de Su Para y Sa Morgia, situado en el estrecho istmo de tierra que une la isla de Sant'Antioco con Cerdeña.
Desde cala Domestica hasta los restos de Tharros
Vuelve al mar y dirígete a Oristano. Al salir de Portoscuso, tras recorrer unas cinco o seis millas, verás un arco con una puerta en medio de la costa: se trata de Porto Flavia, frente al farallón del Pan de Azúcar. Desde él se embarcaban los minerales extraídos en las minas de la zona de Iglesias en pequeños trenes mineros, que salían desde el corazón de la tierra y entraban directamente en el mar.
Pasa por cala Domestica y admira las inmensas dunas costeras que hay hasta llegar a la playa de Piscinas, que adquieren un color dorado al atardecer porque son ricas en residuos minerales.
Dobla el cabo Pecora y verás en el horizonte el golfo de Oristán, una maravilla en estado puro que encontrarás justo después del cabo Frasca. Atraca en Arborea. Desde el muelle dirígete a Oristán, señalizado por el campanario de la catedral y la torre de Mariano II. Te encuentras en la ciudad de la Sartiglia, el acontecimiento más conocido de toda Cerdeña: una carrera ecuestre que se celebra el martes y el último domingo de carnaval y que incluye un desfile de disfraces. Visita los arrozales y lagunas de Cabras, donde se produce la sabrosa «bottarga» y uno de los vinos de licor más famosos y raros del mundo: la «vernaccia» de Oristán.
Vuelve a levar anclas. Recorre un par de millas y dirígete al cabo de San Marco, que abre la península del Sinis. Desde el mar se divisan unas columnas: son los vestigios de Tharros, que cuentan la historia de los intercambios comerciales, los primeros asentamientos nurágicos, el paso de los fenicios y el asentamiento griego y romano.
Alguer, «catalana» y vino «turbato»
De nuevo a bordo, avanza con la proa hacia Bosa. El Montiferru domina la costa, así que navegarás bajo su sombra, entre pequeñas ensenadas y calas, sobre un mar cristalino. Después de 36 millas se encuentra Bosa Marina, anunciada por la torre aragonesa: la ciudad es todo un espectáculo por sus casas azules, los balcones de hierro forjado, las tiendas a lo largo del río y el castillo de Malaspina, que domina desde lo alto.
Vuelve a bordo y dirígete a Alguer, a unas 25 millas de distancia. A mitad de la ruta, dobla la torre Argentiera en dirección al cabo Caccia, que cierra el golfo de Alguer por el norte. Las murallas se anticipan a la ciudad desde el monumental puerto. Merece la pena prolongar la estancia en el interior, sobre todo en la fértil llanura de Nurra, la zona arqueológica del Anghelo Ruju, las grutas de Nettuno y la reserva de Porto Conte.
Date un capricho con la elaboración típica conocida como «catalana» de marisco, que puedes acompañar con una copa de vino «torbato» y, por qué no, una preciosa joya de coral, fruto de la habilidad orfebre de la isla. Eso sí, sobre todo disfruta de la puesta de sol desde las murallas: verás un espectáculo de luz que te ayudará a asimilar lo que has visto durante el día y te dará ganas de disfrutar de una nueva jornada.