Primera parada: Porto Torres
Porto Torres, cuyo nombre alude a las principales características de esta ciudad, puerto turístico y comercial, además de principal escala del noroeste de Cerdeña, con sus torres y tesoros arqueológicos, cuenta dos milenios de historia.
La ciudad se encuentra en el centro del golfo de Asinara, en un promontorio que desciende hacia la llanura de Nurra, y es el punto de partida de numerosas excursiones, como las de las playas de Platamona, de enorme atractivo por la presencia de pequeñas dunas coronadas por arbustos mediterráneos y lirios de mar, conchas y guijarros pulidos por el mar, que cautivan por su diversidad de plantas a lo largo de la orilla arenosa, desde pinos hasta eucalipto.
Marcando el inicio del tramo turritano de Platamona se encuentra la torre de Abbacurente, una de las muchas que delimitan el territorio, junto con la Torre Aragonesa, que se alza imponente en el puerto y que ahora acoge numerosas exposiciones.
En el corazón de Porto Torres encontramos la basílica de San Gavino, el monumento cristiano románico más grande y antiguo de toda la isla, además de la zona arqueológica romana con sus balnearios históricos. A continuación, llegamos al Puente Romano, una majestuosa obra de la época imperial que recorre la desembocadura del río Mannu.
Ahora, nos topamos con una encrucijada: podemos ir hacia el oeste para zambullirnos en el cambiante mar de Stintino, que pasa de azul claro a celeste y por último a azul, visitar el Parque Nacional de Asinara y su naturaleza, y hacer una parada en la playa de la Pelosa, de aguas poco profundas y arena blanca. O podemos pasar al otro lado, hacia el altar prenurágico de Monte d'Accoddi, complejo megalítico único en Europa, que data de mediados del siglo IV a. C. Elijas lo que elijas, no te decepcionará.
Segunda parada: Castelsardo
Retomamos nuestra ruta para descubrir el golfo de Asinara, donde se encuentra la ciudad encantada de Castelsardo, cuyo paisaje no tiene parangón: se alza sobre un gigantesco promontorio que emerge del mar para elevarse alto en el cielo. Su rasgo distintivo es el castillo, fundado en 1102 por los nobles genoveses Doria, cuyas murallas, callejones y adoquines han resistido casi intactos el tiempo.
El paisaje policromático de la ciudad abarca colinas onduladas, costas de arena blanca y un mar lleno de color.
La zona, ya de por sí valiosa, se enriquece con importantes asentamientos humanos; el más característico es, sin duda, el famoso Elefante, una formación rocosa que recuerda al paquidermo que lleva el mismo nombre, erosionada por las condiciones climáticas a lo largo de milenios y transformada en la silueta del mamífero homónimo, sentado, con una trompa de color óxido. Lo vigila un centinela asimismo prehistórico: el Nuraga Paddaggiu.
Otra obra arquitectónica con vistas al mar es la catedral de San Antonio Abad, patrón de Castelsardo y principal lugar de culto, de estilo gótico catalán.
Por último, quisiera hacer dos recomendaciones: la primera, sumérgete en la tradición sarda en el MIM – Museo dell’Intreccio Mediterraneo, que exhibe una serie de objetos fruto del arte de tejer como cestas, tamices de harina, bridas para animales; y la segunda, no puedes perderte el mar azul que baña las playas de fina arena blanca.