Jardín Botánico de Porto Caleri
Pasarelas desde el mar hasta la laguna la atraviesan a vista de pájaro
Qué es y dónde está
El Jardín Botánico Costero de Porto Caleri es único entre las áreas protegidas italianas, en parte porque llegar a él ya es una experiencia naturalista en sí misma, a lo largo de un terraplén entre el río y la laguna, pero sobre todo porque en sus 44 hectáreas ofrece una vuelta a contemplar aquellos hábitats costeros que en su gran mayoría han desaparecido de nuestras costas por la construcción de puertos o se han sacrificado por las necesidades del turismo costero. El Jardín Botánico, una de las joyas de la corona del Parque del Delta del Po, para el que también sirve de Centro de Visitantes, está situado al final de la carretera costera que desciende desde Rosolina Mare hacia Porto Caleri.
Es un «jardín» sui generis, cualquier cosa menos cultivado, en el sentido de que es la naturaleza la que reina suprema imperturbable por principio. De hecho, la intervención humana se aprecia sobre todo en los senderos acondicionados y en gran parte elevados que discurren desde las dunas costeras hasta la laguna a través del bosque perennifolio que representa la etapa ecológica más compleja de este entorno. Con un guiño especial a la preciosa playa, que se ha dejado en su estado natural, con grandes troncos blanqueados por el sol, alfombras de algas secas y el vuelo de aves marinas.
Por qué es especial
Las cifras del Jardín Botánico de Porto Caleri son incuestionables: cientos de especies vegetales, algunas exclusivas del Alto Adriático, y lo mismo ocurre con la fauna, sobre todo alada, residente y migratoria. Sin embargo, la que ha acaparado la atención de las noticias en los últimos tiempos es una pequeña limícola: se trata del chorlitejo patinegro (Charadrius alexandrinus), que tiene la desafortunada costumbre de poner sus huevos en una simple depresión al pie de las dunas costeras. Sus huevos están perfectamente camuflados, pero se encuentran tanto a merced de los depredadores naturales —gaviotas, cuervos y urracas—, como también de otros usuarios —bañistas desatentos, perros fuera de control, gatos callejeros y similares— hasta el punto de que se teme por su desaparición. En este sentido, Porto Caleri es precisamente una de las últimas playas del Adriático donde la nidificación de esta especie está protegida de una forma que augura un buen futuro para la misma.
No te pierdas
De los tres recorridos que se adentran en el Jardín, el más emocionante es sin duda el que a través un recorrido sinuoso —tres kilómetros en total, en gran parte elevados— pasa del pinar al mar deteniéndose en la laguna. Ahí, un espectacular cenador sobre pilotes representa un elemento fotográfico ineludible. Si puedes elegir, recorre el sendero a última hora de la tarde, cuando la superficie interior del agua se ilumina con los colores de la puesta de sol. Si quieres algo especial, planifica la salida a partir de mayo, durante el periodo de floración del limonium, la pequeña planta palustre que cubre el suelo con un manto violeta, desvaneciéndose en el verde iridiscente de la laguna.
Un poco de historia
Rosolina es el municipio adriático que ocupa la franja costera entre el Adigio y el Po di Levante. La capital está en la Strada Romea, con todo el ajetreo que conlleva hoy en día, pero solo tienes que salir de ella para adentrarte en el ambiente más auténtico de esa especie de última frontera que es el Delta del Po. Si nos remontamos no muy atrás —nos referimos a la década de 1950—, el único asentamiento de la costa era Caleri, un puesto avanzado frecuentado solo por marineros y cazadores. A lo largo del litoral, encontramos una interminable playa de dunas, el pinar y una laguna con un mosaico de valles pesqueros. El primer asentamiento turístico se remonta a 1963, y de ahí hemos llegado hasta la Rosolina Mare de hoy —300 residentes y 150 000 turistas estacionales—. Sin embargo, se ha conseguido salvaguardar el medioambiente circundante y es motivo de especial orgullo la creación en 1990 del Jardín Botánico Costero.
Curiosidades
Entre las más de doscientas especies vegetales registradas en el Jardín Botánico, la palma de la curiosidad se la lleva sin duda eleringio marino (Eryngium maritimum). Sus hojas triangulares, coriáceas y espinosas, cerosas en la superficie, de un color gris verdoso con tonos azulados, e inflorescencias de color amatista, dan lugar a frutos ganchosos destinados a que cualquier persona que tenga la oportunidad de tocarlos los disperse, de ahí que reciba el nombre popular de «calcatrèppola» («pisada trampa» en italiano). A esto se le añade el hecho de que es una de las pocas plantas que resisten las condiciones extremas de la playa —sal, calor, viento, aridez— en la primera línea de las dunas. Dicho de otra forma, se trata de una planta que no llamaría la atención entre una hipotética flora propia de Marte.
Credit to: Francesco Soletti