Resumen

Si quieres perderte en el complejo monumental más extraordinario de Reggio Emilia, uno de los más sugerentes del Renacimiento italiano, no puedes pasar por alto los claustros de San Pietro.

Fue el genio de Giulio Romano desplegado en su palacio del Té de Mantua el que influyó en el siglo XVI en Bartolomeo Spani, quien entre 1524 y 1525 realizó el claustro pequeño, y en Prospero y Francesco Pacchioni, quienes setenta años después realizaron el claustro grande.

El complejo monástico, que incluía patios y huertos, se construyó en la amplia zona que iba desde Via Emilia hasta las murallas y pertenecía a los monjes benedictinos que oficiaban en la anexa iglesia de San Pietro.

Con el tiempo se dedicó a los más diversos usos: en 1783 el monasterio fue suprimido y se utilizó como almacén militar, para luego ser sede de los tribunales de Justicia; en el siglo XIX se convirtió en sede del Educandato delle Fanciulle (Escuela para Niñas) y, tras la Unificación de Italia, se transformó en cuartel militar, para luego permanecer abandonado e inaccesible hasta el momento de su redescubrimiento y recuperación pública.

Una reciente restauración ha sacado a la luz, al menos en parte, las paredes con frescos que fueron recubiertas con una capa de cal en los años cincuenta, ha eliminado los rellenos y ha tratado de devolver al complejo su forma original.

Hoy en día, los claustros de San Pietro son un polo cultural en el centro de la ciudad y albergan actividades prácticas y didácticas para fomentar, tanto en los jóvenes como en los adultos, el disfrute y la puesta en valor del patrimonio cultural desde una perspectiva inclusiva y participativa, con una importante atención a la accesibilidad, al ofrecer a organismos públicos y privados, empresas y asociaciones la oportunidad de organizar muestras, exposiciones, eventos y actividades para el lanzamiento y desarrollo de proyectos innovadores y de alto impacto social.