Conocido ya desde el siglo XI, el pueblo de Salbertrand se desarrolla en torno a la antigua carretera de Francia: viviendas, fuentes e incluso un antiquísimo hotel para viajeros, el Hotel Dieu, nos hablan de una población dedicada a acoger a los viajeros y peregrinos que recorrían el antiguo camino.
En la plaza principal, la parroquia de San Juan Bautista, uno de los edificios sagrados más importantes del alto valle con un pórtico y una portada de piedra, alberga frescos que datan de los siglos XIV y XVI y un valioso retablo de Jean Faure di Thures.
La ladera boscosa rica en abetos de la montaña de Salbertrand es el corazón del Parque Natural del Gran Bosco.
Dentro del parque, el Ecomuseo Colombano Romean recoge las memorias de tierra y agua de la comunidad a través de un itinerario que incluye el molino hidráulico municipal de Salbertrand y el horno de leña de la aldea de Oulme, una ruta que documenta el ciclo completo del pan y las antiguas tradiciones de esta tierra.
Otro testimonio de la riqueza cultural de este territorio es el Museo de los Tesoros de la Parroquia en la sacristía de la iglesia de San Juan Bautista que, junto con la capilla de la Anunciación del Oulme, dan testimonio de la religiosidad y la sabiduría de una comunidad estrechamente vinculada a sus tradiciones.
Además de las ya mencionadas fuentes monumentales de piedra y del Hotel Dieu, que documentan la importancia del pueblo de Salbertrand a lo largo de la histórica ruta de la carretera de Francia, merecen una visita el glaciar del siglo XIX, la carbonera, la Calcara y la explotación forestal.
Visitar Salbertrand es sin duda una experiencia única, sobre todo durante sus fiestas tradicionales: la fiesta patronal de San Juan en junio y el juicio al carnaval del Mardi Gras.
Esta última celebración, caracterizada por antiguas tradiciones y rituales propiciatorios, como la distribución de los turtiòu, la lectura del testamento del carnaval y la quema en la hoguera del muñeco del carnaval, está compuesta por las carrozas alegóricas y por un carro equipado con estufa, donde se cocinan los turtiòu (tortitas de agua, harina y sal) que se distribuyen a cambio de dinero, alimentos o bebidas.
Al final del desfile de Mardi Gras, el muñeco, fabricado cada año por los jóvenes del pueblo con sacos de yute, paja o heno, se coloca en el centro de la plaza y, tras la lectura del testamento, en el que se relatan en forma de sátira todos los acontecimientos dignos de mención ocurridos durante el año, se quema.