Naturaleza e historia en el Parque del Castillo de Miramar
Basta salir un poco de Trieste para entrar en el oasis del parque del castillo de Miramar, donde pasaremos horas agradables rodeados de vegetación. Una parada imprescindible, a solo 6 kilómetros de la capital de la región Friuli Venezia Giulia. No es casualidad que sea el castillo más visitado de todo el noreste. El parque resulta especialmente atractivo, pues domina el mar desde lo alto y permite el encuentro del verde y el azul intenso. Una excursión fuera de la ciudad, donde la naturaleza se sumerge en la historia.
Amor a primera vista
El archiduque Fernando Maximiliano de Habsburgo, enamorado perdidamente de este espectacular lugar, encargó todo el complejo del castillo de Miramar en pleno siglo XIX. El parque y la residencia histórica se alzan sobre el promontorio de Grignano, un saliente rocoso que domina la bahía, a modo de mirador. En tiempos de Maximiliano, era un territorio kárstico completamente seco, pero el archiduque no tuvo miedo de intentar transformar un páramo estéril en un jardín exuberante .
A partir de 1856, mandó comenzar las obras de construcción de la mansión y la compleja tarea de recuperar el terreno y adaptarlo a la plantación. Maximiliano se trasladó a la residencia recién terminada en 1860. Vivió allí mucho tiempo con su esposa Carlota, princesa de Bélgica, y eligió el nombre de Miramar, del español mira el mar. Otra noble se enamoró de este lugar: su cuñada Isabel de Baviera, la famosa princesa Sissi, una invitada habitual.
Jardines ingleses y especies exóticas: la zona verde
Veintidós hectáreas de parque rodean el castillo de Miramar. Maximiliano de Austria prefería las plantas no europeas, suministradas por los viveristas de Lombardía-Venecia, mientras que la tierra venía de las regiones de Estiria y Carintia. Cuando el noble estuvo en México, donde murió en 1867, envió personalmente algunas especies para enriquecer el parterre.
Además del ingeniero Carl Junker, dos personalidades se ocuparon del aspecto botánico: el jardinero de la corte Josef Laube y, posteriormente, Artur Jelinek, que consiguió plantar especies exóticas en el clima adverso de Trieste, donde son frecuentes las heladas nocturnas y el viento bora. Actualmente, el parque presenta dos zonas diferenciadas. La primera, al este, es una arboleda con deliciosos estanques, caminos y cenadores, al estilo romántico de los jardines ingleses. La segunda, orientada al suroeste y mejor protegida del viento, alberga un jardín italiano y varios parterres, como el de narcisos que florece exuberante en primavera.
La residencia
Abierto al público, como todo el parque, el castillo de Miramar se puede visitar por dentro. En la planta baja se encuentra la residencia privada de los príncipes y, en la planta superior, las habitaciones de estado. El suntuoso salón del trono se utiliza actualmente como sala de conciertos y exposiciones. La residencia está decorada con muebles, objetos preciosos, cuadros y lienzos. Las caballerizas, apartadas del edificio principal y utilizadas para caballos y carruajes, fueron restauradas en 2018. Actualmente, un ala alberga el BIOdiversitario Marino (BioMa), el Museo inmersivo del Área Marina Protegida de Miramar. Hay una cafetería y una librería para los visitantes.
Atmósfera
Al llegar, atravesando Porta Bora y el Viale Miramar hacia el castillo, se respira una nostálgica atmósfera de tiempos pasados. Merece la pena dar un lento paseo por los senderos sinuosos y bajo las pérgolas, hasta los invernaderos y sus originales estructuras de hierro. Desplazándonos por el parque, tendremos numerosos encuentros: el Orante, una estatua masculina de bronce, una copia de la Venus de Capua y el Apollino, una versión adolescente del dios. Las fuentes refrescan en días calurosos, así como los estanques y el gran lago de los cisnes.
En la plaza con los cañones donados por Leopoldo I, rey de los belgas, se respira todo el poder del Imperio austríaco, mientras que en los salones del castillo parece que podamos ver a la joven princesa Sissi dando vueltas en una fiesta de salón. La biblioteca tiene el denso aroma de la historia. Bajo las adelfas, cerca de la Serre Antiche, nos viene a la mente el jardinero de la corte Anton Jelinek, pues su deseo de plantarlas ha sido encontrado en unas antiguas cartas. Él no lo consiguió porque las temperaturas eran demasiado frías, pero aquí están hoy, en su honor.